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sábado, 7 de agosto de 2010

Momentos

Cuando encaramaba la montaña cayó sobre mí una cortina de agua. No ha durado más de tres minutos, pero ha sido suficiente como para dejarme calado. La camiseta se adhería a mi cuerpo como una segunda piel, pegajosa y pesada. Mi cabello parecía una esponja recién sumergida de la que se desprenden hilillos de agua asemejando sudor. Alcé la vista maldiciendo. Siempre pasa igual, allí donde no tengo donde resguardarme, llueve. Recapacité y esbocé una sonrisa... era un lujo mojarse bajo la lluvia, sentir como esa ducha universal humedecía mis ropas y empapaba mi piel con miles de gotitas juguetonas. Entonces caminé con el orgullo de sentirme vivo. Concebí como un honor que los dioses me hubieran concedido esos tres minutos refrescantes en aquella calurosa mañana.
Es gratificante ser agradecido en esos momentos. Cualquier recalcitrante materialista echaría de menos su paraguas de marca, negándose a aceptar lo maravilloso que puede llegar a ser experimentar la lluvia sobre uno mismo, tal y como se manifestaba en el título de aquella vieja canción “gotas de lluvia sobre mi cabeza” (Raindrops keep fallin' on my head en el inglés original)... los pobres nos emocionamos con cualquier cosa, aun trabajando, o debemos ser los de letras, inmersos en ese mundo espiritual, fantasioso, puramente imaginativo, soñador. Estos momentos no se buscan, aparecen, como aquél, en que tumbado en la arena, con la vista fija en el cielo, observas las nubes retorciéndose sobre si mismas, formando extravagantes monstruos o deliciosas bellezas. Todo acompañado del sabor de la miel que impregna tus labios en diminutas dosis, y descubriendo el roce de la seda sobre tu pecho...

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