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sábado, 16 de octubre de 2010

Cartas a Paulo (16 de octubre 2763 Ab Urbe Condita)

Oh Paulo, cuanto tiempo sin escribirte. La vida ha rodado, ha rodado mucho, ha rodado demasiado. Meses de incertidumbre, meses de engaño, meses de concebir la realidad, meses para atisbar como son verdaderamente algunas personas.
Ahora todo va mejor, más tranquilo, más centrado en el trabajo. Pero ya sabes que soy inquieto y no me contento con poco, siempre tengo que buscar, buscar. Tiempo atrás queda mi campaña contra los astures; pocos meses que parecen evos dilucidan mi fanatismo religioso y mi insensatez religiosa plasmada en el culto a Venus; semanas que parecen años me separan del desamor y la estupidez, reflejada en la impaciencia y en la perfecta desorientación.
Te escribo Paulo porque acabo de descubrir el Mediterráneo, calmado, apacible, sosegado, donde navegan las almas y los corazones bajo un sol dorado, resplandeciente, cuyos rayos caen sinuosos y sedosos. Los marineros cantan bellas canciones, brotan de sus bocas expresiones cándidas, pícaras y sinceras. Tengo ganas de coger la barca y remar, remar hacia ese mar carente de tempestades y remolinos. Pero ya sabes que no confío en el mar, me da miedo, y no quiero ahogarme de nuevo.
¡Ay Paulo! Dichoso eres tú. Esta vez aparto el optimismo y soy más cauto.

Valete.

viernes, 15 de octubre de 2010

Suro y las armas de destrucción masiva

Mis compañeras, que habitaban en la casa de al lado, han muerto todas. Se desconoce ese fallecimiento prematuro, pero yo sé a que se debe, no cabe duda, a la existencia de armas de destrucción masiva.

Digo yo a los mamíferos inquilinos que, nosotros los arácnidos no somos seres malévolos, no representamos ningún peligro, no somos parásitos. Al contrario, os libramos de las moscas, de los mosquitos y de otros insectos molestos que perturban vuestra existencia cotidiana. Usar veneno contra nosotras, las arañas, es contraproducente y nada recomendable. Somos silenciosas, tejemos nuestras trampas en recónditos lugares, ajenos a vuestra presencia, vivimos apaciblemente colgando de nuestra tela, cazando y succionando. Si utilizas esas armas contra todo artrópodo terrestre jamás volveremos, pero que sepáis que otros bichos se acostumbran con facilidad a inhalar ese ponzoñoso líquido y se hacen inmunes, regresando para torturaros de nuevo.

Mis compañeras no me creen, dicen que las armas de destrucción masiva son un mito, un invento de mi imaginación perversa. Afirman que no existen, que es un “algo” inventado para tenernos asustadas, acongojadas en una continua tensión. Pero el mamífero de nuestra buhardilla las tiene, yo las he visto. Las guarda bajo el fregadero. Las tiene para los seres aéreos y para los terrestres, las tiene para insectos, miriápodos, dípteros… es un bote rojo y otro azul, con letras amarillas. Sobre la superficie del recipiente letal aparecen plasmados varios seres vivos, dibujados toscamente, entre los cuáles estamos nosotras. Se destapa y se acciona la hecatombe, el fin de nuestra especie en la casa, el fin de toda vida. Vivimos permanentemente bajo la amenaza de las armas de destrucción masiva, nuestro destino depende de otros. Piedad. Somos necesarias. No nos asesinéis. Amo la vida, no destruir el entorno, no jodáis este planeta.




Este es el cuarto episodio de Suro, si quieres leer los anteriores señala la etiqueta "Suro" más abajo.

jueves, 14 de octubre de 2010

El mono

Suena la puerta en unos golpes secos, sordos. Abro y para mi sorpresa es mi primo que pasa frente a mí sin decir hola, sin ni siquiera mirarme. Veloz. Temblando de pies a cabeza y emitiendo extraños sonidos con la boca. He visto sus ojos, fijos, no parpadean, no tienen vida. Se sienta en una silla, como impaciente. Gotitas de sudor recorren su sien, su rostro se contrae al mover la mandíbula, masticando un alimento inexistente. Golpea el suelo con el pie, como siguiendo el ritmo de una melodía que no se oye. Su cuerpo se convulsiona y sus manos no paran de moverse.
Me quedo paralizado... pienso que hacer. Cojo la cartera y le extiendo diez mil pesetas. Las aferra con ansia, las agarra con pavor... anhela lo que le den a cambio, desea ferviente esa dosis que lo sosegará, que lo sumirá en un estado de eterna felicidad, relax, que le cure esos terrible estertores, que le haga viajar más allá de las estrellas, que le abra las puertas de otras dimensiones... el pico.
Tal y como ha aparecido se va. Un amigo, que en esos momentos tomaba café conmigo me pregunta qué le sucede.
“Tiene el mono” digo con cierto hastío, pero también con aflicción. No puedo evitar que unas lágrimas de compasión broten de mis ojos.





Imagen: Jeringuillas en un descampado del barrio de San Blas (Madrid). Foto publicada en el diario "El País".

miércoles, 13 de octubre de 2010

Libres




Es un momento emocionante… los 33 al final serán rescatados y acallarán las bocas de muchos que creían que todo era una falacia. Ahora espero que los políticos chilenos guarden la compostura, que sepan comportarse ante la libertad de estos hombres que pronto se reunirán con sus familias y sus amigos, sus seres queridos, que pronto volverán a jugar al dominó en el bar, que volverán a ver un partido de futbol junto a miles de voces exaltadas.

A bordo de la “Fénix”, los mineros resurgen de sus cenizas, del silencio de la profundidad, de la oscuridad perpetua de las entrañas de la Tierra. No puedo contener la emoción al verlos surgir de la tierra, que como dice una chica chilena está pariendo, devolviendo a sus hijos enterrados. No puedo contener la emoción cuando la cápsula se abre y libera a uno detrás de otro, fundiéndose en un abrazo a su amada esposa, besándola, saboreando de nuevo el amor, resucitando, retornando a la vida, regresando al espacio libre y respirar el aire puro no sólo del inmenso desierto sino de la libertad absoluta.

Las gafas de sol ocultan sus ojos, pero seguro que están llorosos, impregnados en lágrimas, de una alegría que ni siquiera podemos imaginar. Abrazos, besos, llantos, sonrisas, saltos, canciones, gritos de ánimo… un clamor de éxtasis que recorre Copiapó a lo largo y a lo ancho: ¡Están con nosotros!

Mientras escribo estas palabras rescatan al minero número veinticuatro. Sé que mañana correrán ríos de tinta sobre el asunto, aparecerán minutos, horas de televisión recordándonos tan bellos instantes. Luego vendrán las entrevistas, las memorias de una lucha por la supervivencia, las críticas al estado de los trabajadores mineros en Chile, la propaganda política, la exaltación de la nación, el culto a la bandera, los anhelados agradecimientos a Dios, las celebraciones de todo un país, la victoria sobre la Madre Naturaleza, el triunfo sobre lo que parecía irremediablemente la muerte de 33 seres humanos… pero ahora, lo importante, lo esencial, es que estos mineros han vuelto a nacer, han resurgido de las cenizas como el Ave Fénix, han vuelto con sus familiares y amigos, han vuelto a vivir. Ya lo dije yo, se encontraban a escasos pasos del Infierno, pues es un infierno lo que han pasado, y al final del túnel, aparece la luz, la luz de una renovada esperanza.

Debo decir que he intentando aportar con mis artículos un granito de arena a esta causa. Desde un principio estaba seguro que todo iba a salir bien, tenía una corazonada… y ahora me siento estupendamente, aunque sé que esta sensación la están experimentando en este segundo millones de personas, chilenos y no chilenos, a la fin ciudadanos del mundo, aquellos que tenga un mínimo de sentimientos y un mínimo de respeto por la vida humana.

Agradecer a todos los lectores de mis artículos anteriores, agradecer a mis amigos de Chile que sé que me han leído. Os lo agradezco de corazón, y lo hice por ellos, lo merecían, por los 33 ¡Viven! Y desde España un efusivo abrazo. Siempre habrá en mí un trocito del país andino, y espero en un futuro no muy lejano visitaros.

domingo, 10 de octubre de 2010

Quemar las naves

Hoy es uno de esos días que me apetece dejarlo todo. Como diría un buen marino, tirar todo por la borda o como ejecutó en una drástica decisión Hernán Cortés, quemar las naves.
Me apetece quemar las naves. Me apetece mirar al futuro y olvidar completamente el pasado. Me apetece pensar que carezco de una vida recorrida y comenzar a caminar hacia adelante, hacia mañana, escupiendo al ayer. Quiero que mañana sea el primer día de mi vida. No quiero aprender de los errores, no quiero haber aprendido nada. Quiero ser ingenuo, quiero ser como un niño que descubre por primera vez toda clase de objetos, de olores, de sensaciones… no tengo pasado. Mañana será el primer día de mi vida ¿Qué sucedió ayer? No lo sé, yo no existía. Hipocresía, desamor, conocimientos, experiencias… no sé nada, no quiero saber nada. Debo mirar hacia ese nuevo amanecer, mi primer amanecer. Deseo desprenderme de todo: odio, amor, envidia, pavor,… titánicos pesos del día. Amigos, enemigos, necios y soberbios. Un nuevo paso, otro, dos más. Quiero ignorarlo todo, quiero aprender a vivir de nuevo, quiero separarme de todo aquello que me resulta nauseabundo, de todo, todo. Los buenos momentos, los malos recuerdos, los viajes, las personas… ellos consiguen olvidarlo, tú debes ser igual, sereno, decidido, malévolo, egoísta.
Me apetece quemar las naves ¡ya!