AHORA UNIDOS MÁS QUE NUNCA 15-M DEMOCRACIA REAL YA

martes, 5 de octubre de 2010

Pensamientos de una tarde otoñal

La razón de mi ser, de mi vida, zozobra en un mar de decepciones. Es una extraña sensación, cuando comienzas a pensar en lo que podría haber sido o no es, en los recuerdos de la infancia, en la atormentada adolescencia, en la fogosa juventud, donde quieres comerte el mundo y en cambio éste te desayuna con un eructo peyorativo y se carcajea ante ti, un ingenuo granito de arena.Una tarantela perfora mis oídos, las lisonjas de siempre, la historia de mi vida…
Desilusión. A veces reflexiono, tumbado en la cama, boca arriba, contemplando el techo, blanco, la nada… me muerdo el labio cuando creo dar con la respuesta a mis plegarias, niego con la cabeza cuando me cercioro que estoy equivocado y sigo pensando. Entonces coloco las manos tras mi cabeza, me acomodo y cierro los ojos, viajando al pasado pero también al futuro condicional. Esbozo una sonrisa a cada deseo, me entristezco ante algunos hechos… pero como historiador asumo que lo pasado, pasado está. Eso no se puede cambiar. Se graba en nuestro cerebro como en un disco duro. Quedan momentos, rostros, aromas, palabras… jugamos con toda esa información y la ordenamos a nuestro antojo. Además, ponemos nuevos protagonistas que vocalizan lo que queremos oír, articulan las expresiones que deseamos escuchar y actúan como te agradaría que lo hicieran. Pero te equivocas, las marionetas no bailan a tu son, no llueve a gusto de todos y es cierto que cada persona es un mundo por descubrir. No puedes forzar a nadie a desear lo que tú deseas, y menos a creer que es así, o creer que puede ser así. Cada uno es independiente. Yo soy independiente ¿O no? ¿O no? ¿O no? La idea de la muerte me hostiga. Me levanto de un salto de la cama y me miro en el espejo. Tanteo mi rostro palpando cada uno de mis huesos. Las arrugas. El tiempo pasa. Pasa. Pasa. Suspiro ¿Qué es todo esto? Intento no pensar. Es imposible no pensar en nada. Necesito un café. Necesito descansar.

Las otras estrellas de Hollywood. Los caballos de Ben-Hur.

[Dedicado a una amiga portuguesa a la que le gustan los caballos]


Si tuviera que elegir aquellos animales que más me han gustado en la pantalla o que más ternura han desprendido sobre mis ojos, esos son los cuatro caballos blancos de la epopeya histórica Ben-Hur.

Herederos directos de la novela de Wallace, los equinos de dicha película se muestran con todo su cariz noble, bello y sincero. Son más que caballos, ellos tienen personalidad y no los quiero ver como meros instrumentos de la venganza que Ben-Hur ejerce sobre su antagonista, Mesala.

Sus nombres ya evocan la belleza que atesoran. Nombres de estrellas, de esos astros que brillan y parpadean en el cielo. Si las estrellas parpadean es que tienen sueño, dicen. Antares, Rigel, Aldebarán y Altaír. Cuatro nombres para cuatro soles, para cuatro caballos. Corceles dignos de los dioses, de sedosos crines y hocicos rosados.

La complicidad que aparece entre hombre y animal es prodigiosa en Ben-Hur. Primero, el jeque Ylderim y con posterioridad Judah Ben-Hur, hablan a los caballos como si de personas se trataran, sus “preciosidades”, hijos de la radiante Mira, la madre de tan magníficos caballos y que el jeque ha dejado en su país natal para no entristecer a sus gentes. Aldebarán el rápido, Antares el lento, pero duro y paciente. Rigel y Altaír, constantes y tenaces.

El auriga y sus caballos forman el tándem ganador de la carrera en el imaginario circo de Jerusalén. Es tal la cooperación del auriga y sus rocines que éste no hace uso del látigo, únicamente de sus brazos, de sus manos amigas. Éstas sólo bastan para guiar a la cuadriga al triunfo final, viendo Judah cumplida su anhelada venganza sobre el arrogante romano que todo le había arrebatado.
“Victoria completa Judah, la carrera ganada, el enemigo destrozado”. Últimas frases del moribundo y mutilado Mesala, yacente sobre el camastro de la enfermería (más bien matadero) del circo: lóbrega, triste... escupiendo en su postrero hálito de vida odio y más odio, con el consuelo de su único amigo: Druso, que sostiene su cabeza en la latente agonía y el dolor de su cuerpo mutilado.

Tal y como aparecen los caballos, desaparecen. Ben-Hur los ama, pero este amor se mitiga cuando el príncipe judío ha conseguido su propósito... cuando el jeque se ha hecho de oro gracias a la arrogancia del romano muerto ¿o no?
Es cuando Judah contempla el escenario de la carrera, vacío, silencioso, comprendiendo que la venganza no le ha llevado a ninguna parte, y que todo está mucho peor que antes de la carrera. Los caballos nos dejan un sabor dulce y simpático. Nos proclaman admiración. Estudiamos cada uno de sus elegantes movimientos, los observamos entrenando, en el relax del descanso en sus cuadras de seda, y en el clímax de una carrera desenfrenada y cruel, propia del espectáculo romano. Los observamos juguetones, resplandecientes y cariñosos... luego serios, sudorosos y feroces. La diosa Epona los protege, bueno, en este caso, el dios de los judíos, aquel que mantiene vivo a Ben-Hur como una finalidad del destino.

“Uno de los animales acercó entonces su hocico hasta casi tocar los labios de Ben-Hur; su cabeza tenía una forma exquisita, sus ojos eran grandes y suaves como los de un ciervo y estaban casi ocultos por el copete, sus orejas eran pequeñas y puntiagudas. Mientras miraba fijamente al joven, con las ventanas de la nariz dilatadas, el labio superior en movimiento, parecía estar diciendo «¿quién eres tú?» con la misma claridad que un hombre”.
(Lewis Wallace, Ben-Hur, 1880).





Imagen: Aldebarán, Rigel, Altaír y Antares compitiendo en el circo de la mano de Judah Ben-Hur.