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viernes, 13 de agosto de 2010

Terror adolescente

Todavía recuerdo aquella película donde un grupo de jóvenes decide pasar un agradable verano en un lago, y uno a uno cae bajo el machete de un misterioso asesino (en este caso asesina).

Quizás hoy en día se trate de un tema gastado hasta la saciedad, pero en 1980 se emprendió una nueva manera de ver el cine de terror (existían fuertes precedentes como la Matanza de Texas o Terror al Anochecer), dirigido a adolescentes incautos que obran siempre igual ante la presencia demoníaca de un psicópata sin escrúpulos.

La primera película abrió así una franquicia que se ha explotado durante unos treinta años, aglutinando trece films, sí, trece... no es una casualidad... pero el año que viene rompen el mito y se estrenará una nueva secuela de uno de los homicidas más famosos de la historia: Jason Voorhees.

Personalmente recuerdo la película desde pequeño, y habré visto alguna que otra secuela de la misma, que inclusive me asemejaba cómica. Jason es el precedente de esas películas que poco a poco invadieron las salas de proyección, donde un grupo de jóvenes son víctimas (y gracias) de la purificación del asesino, el cuál los salva de su vida de vicio y perversión. Se facturó la mítica frase “¿Hay alguien ahí?”. Chico corre y no preguntes al vacío, la nada no responde y si realmente hay alguien con intenciones no muy buenas ¿tú crees que te va a responder?
En todo caso, hoy es viernes 13, y si estáis solos en casa, esta noche, o salís por la calle a pasear, y de repente, escucháis algún ruidillo sospechoso, no realicéis esa pregunta, corred directamente, pues quizás Jason se oculte en las sombras con su titánico cuchillo (¡ugs! Esto ha sonado mal). La luna apenas es perceptible, por lo tanto la oscuridad es mayor. Que tengáis un feliz viernes 13.



Imagen: Cartel de la segunda entrega de Viernes 13, estrenada en 1981... 87 minutos de delirante terror adolescente.

jueves, 12 de agosto de 2010

Iluminación

Ayer volví a subir a una montaña, ayer volvió a llover. Los dioses la tienen pagada conmigo, lo sé. Ascendí por un caminito frondoso, flanqueado de abundante vegetación, arañándome las piernas a cada paso. En algunos puntos, el camino se abría tenebroso, esperando el ataque de alguna alimaña, y de esas conozco muchas.

Al final del sendero, y en lo alto de la colina se levantaba una ermita. Un edificio diminuto, destartalado, con la imagen de una santa en su interior, igualmente descuidada, con un altar ajado y sucio. Desde lo alto se avistaba el pueblo. Lo contemplé con desinterés, pues mi cabeza no estaba para bonitos paisajes o panoramas bucólicos de ensueño y de película infantil de una tarde de sábado.

Me senté junto a la cruz, de la cuál irradiaba cierto poder oculto, cierto calor regocijante. El sol, como una bola de fuego, parecía atravesar el granito del monumento, dotándolo de una magia, de una espiritualidad, como si la presencia de la santa estuviera latente y pudiera leer mis pensamientos, hechos un revuelto en mi asquerosa masa gris. Observé detenidamente esa cruz y aquella aura natural que la acariciaba. No me atreví a tocarla, temiendo exorcizarme de mis reflexiones más impuras, de mi raciocinio animal y mis instintos banales.

Allí me quedé mirando la cruz, con la única idea de bajar de aquella montaña y sentirme una persona nueva. Como el patriarca Moisés, llevando las tablas de los mandamientos, con la esperanza de iluminarme en aquel rincón de paz placentera... bajé con más mierda en la cabeza, bajé pensando que ya nada tiene solución y que las decisiones tomadas en los últimos años no han sido decisivas en absoluto, bajé pensando en el porqué todo esto me tiene que atormentar, el porqué me dejo atormentarme, el porqué no quiero ver las cosas claras, tal y como son, sencillas... el porqué de la acritud de algunas personas... bajé arrastrando los pies, ligeramente mojado, desprendiendo un olor a humedad desagradable y con la idea de saborear una horchata de almendra y olvidarme así, por minutos, de lo repulsivo que es todo.

martes, 10 de agosto de 2010

Preparando mi despedida

“Yo también envidio a Petronio”. Esta oración, expresada por el ficticio Séneca, supone el supremo paradigma del hastío y de la desilusión. Otón tampoco pudo superar tanta presión y tras beber dos sorbos de agua muy fría se quitó la vida...
Preparo mi despedida, pienso como puede ser... quizás una carta mecanografiada o manuscrita, plasmando con añoranza esos recuerdos que algún día me hicieron feliz. O todo lo contrario, una despedida fiera con todo lo que me rodea o para mantener la línea, con esa sutileza que me caracteriza a la hora de afrontar los problemas ¿Afrontarlos? Patético.
Mirar el cielo estrellado por última vez, escuchar esa melodía que quieres retener en tu mente hasta el postrero hálito... Tan injusto es este mundo, esta sociedad, donde se han perdido los valores, ese reconocimiento burlesco, esos nefastos consejos, esa angustiosa espera a morir... ese inexorable paso del tiempo contemplando el techo de la habitación... ¿Por qué aguardar más? Una ducha fría, un café cargado, una ojeada final a todo, una composición musical suprema... caer en el olvido para siempre, pues si no te quisieron en vida tal vez lo hagan tras la muerte.

Esta muy afilado, sí. Pronto se me nublará la vista...

Cartas a Paulo (10 de agosto 2763 Ab Urbe Condita) ¿Recuerdos?

Salud Paulo,

Una más y ya no me levanto. Puerta tras puerta, portazo tras portazo, a cada golpe se pierde un hálito de vida. Uno, entonces se refugia en el pasado, en los buenos tiempos vividos y tampoco niega los malos, atrapado en la telaraña de los recuerdos, pegajosos y complicados de olvidar.
Se regocija en la reminiscencia, reviviendo situaciones que dibujan una sonrisa en tu rostro, o arañan o acuchillan tu alma a cada acometida angustiosa o triste.
Es como hallarse en un pozo fangoso. Inmóvil, esperando un rescate que nunca llegará...
Pero se debe mirar hacia el futuro, estar ilusionado y vivir los óptimos segundos del presente. Uno vive por sí mismo, no ha de vivir por otros, ellos ya lo hacen.
Valete.



Imagen: Exposición de arte urbano en la ciudad de Oporto.

lunes, 9 de agosto de 2010

Nagasaki

La sala está helada, es como un cubito de paredes blanquecinas. El aire acondicionado marcha a toda máquina. En las puertas situadas frente a mí aparece ese símbolo desacreditado que nos comunica irradiación. Me recuerda inevitablemente a las bombas atómicas. La devastación a su paso, como un intermitente, un chasquido que entremezcla moléculas y bate seres vivos con construcciones.
Si observando esa aspa semejante a la de un barco puedo llegar a imaginar eso ¿qué puede generar mi mente con el conejito de Playboy, el cavallino rampante, el rombo francés o la calavera con las dos tibias?
Lo siento profundamente, veo ese símbolo y me recreo en la destrucción...
¿Qué habrá tras esa puerta?
Simplemente una sala con una cámara de fotos, de esas que te sacan muy delgadito.




Imagen: Nagasaki antes y después del 9 de agosto de 1945.