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martes, 3 de agosto de 2010

Selene

Esta mañana resplandecía la luna en el cielo matinal... algo tenue, pero ahí estaba... el mismo astro que vi ayer por la noche rasgado por las penumbrosas nubes, que apagaban intermitentemente su luz.
A veces pienso que la luna juega conmigo. Unos días brilla con fulgor, otros ni se le ve. Se esconde, se oculta, no dice nada, calla, se olvida. En cambio, existen noches en las que me deja extender mis manos, casi tocarla y me regocija con su frívola tez y su centelleo embrujado. Ensimismado la miro, le guiño un ojo y parece responderme. Entonces tengo la sensación, o siento, que es muy diferente, que ella me besa, porque creo sentir en cierto modo el hechizo de sus labios pétreos sellando mi boca, su loca lengua bailando con la mía. Despierto y la busco a mi lado, tanteo con la mano el sitio donde yacía, con las sábanas arrugadas, retorcidas en su figura... pero no está. Queda su fuego, pero no está. Mis ojos quedan fijos ahí, imaginándola. Me vuelvo sobre mí mismo y avizoro por la ventana, ahí está, ella, la luna.

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