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viernes, 3 de junio de 2011

Yo también vivo en la Moncloa

Cuando me quedo a dormir en casa de mi hermano me toca la cama del niño, la cuál cosa se agradece ante la incomodidad del sofá. No sé el porqué, pero descansar en aquel dormitorio es como palpar en el pasado, y lo que es inevitable, recuerdo todo lo que sueño, como si un aura de ternura pendiera en aquella habitación, como una red de afecto y paternidad.

No me cuesta mucho cerrar los ojos en un lugar donde abundan los juguetes y los peluches, desde la nave espacial de Lego al horripilante Bob Esponja, el delfín de tela o el monito de ojos saltones. De las paredes, de tonalidad rosa palo, cuelga un póster de Leo Messi y otro de Rafa Nadal. El despertador, de incesante tic tac, está ornamentado con el escudo del Barça. Sobre las estanterías se apilan libros escolares, otros de aventuras interactivos (con juegos, olores, y adivinanzas), así como cómics (nuestros tebeos) y álbumes de fútbol. Sobre la mesita, una lámpara reproduce el mundo de Cars y un puñado de tazos de Gormiti se exhiben desparramados como abandonados al azar. Las sábanas están moteadas con decenas de omnipresentes Mickeys, y la manta de lana, bordada a mano es de color, como no, blau-grana.

Como decía, en aquel mundo de los sueños, el mundo onírico de un servidor se desarrolla con dinamismo, y recuerdo con un solo chasquido aquello que me atormentó o me entretuvo durante toda la noche.

Yo también vivo en la Moncloa. Desde el primer día varios banqueros portaban maletines repletos de billetes de 500 euros en un afán de satisfacerme. Luego una populosa caterva de aduladores, pelotas y rastreros hacían acto de presencia.

Desde un principio les dejé claro mis ideas. No existe suficiente dinero en este miserable país para comprar la decisión del pueblo, “somos personas, no productos del mercado”.

Deseaba rescatar del olvido a aquellos que generan riqueza, a aquellos que hacen posible que todo funcione pero que son ignorados y relegados, “son anónimos, pero sin ellos nada de esto existiría, pues nosotros movemos el mundo”, ellos dedican parte del tiempo, de su vida... esto se tiene que compensar y han de saber de sus necesidades.

El pueblo me reclamaba: “La democracia parte del pueblo así que el gobierno debe ser del pueblo. Sin embargo, en este país la mayor parte de la clase política ni siquiera nos escucha”.

Es claro, ellos, los políticos, viven de la partidocracia, de las redes de clientelismo político, de la dedocracia, de los favores... del ataque mutuo, ya falto de ideas, de fundamentos, de ética... lo bueno lo hago yo, lo malo lo haces tú... yo tengo la solución, tú no tienes ni idea (todavía repercute en mi cabeza el cero patatero). Ya es hora de limpiar estas telarañas de corrupción, caciquismo y burocracia. ¿Pero es posible una democracia sin partidos políticos? ¿Es posible una democracia sin políticos que nos representen? ¿Represento yo sinceramente a aquellos que me han votado?

El sueño se difuminaba en quimera, escenas de gentes manifestándose en la calle martirizaban mi cabeza, como un martillo golpeando el yunque y forjando el futuro (“El actual funcionamiento de nuestro sistema económico y gubernamental no atiende a estas prioridades y es un obstáculo para el progreso de la humanidad”)... amartillaba incesante, clamando por los derechos de un pueblo ávido de venganza social que sólo demandaba sus derechos (“derecho a la vivienda, al trabajo, a la cultura, a la salud, a la educación, a la participación política, al libre desarrollo personal, y derecho al consumo de los bienes necesarios para una vida sana y feliz”).

La lluvia aporrea la ventana en un ruido sordo, las gotitas se deslizan por el cristal hasta morir en el marco inferior. Abro los ojos y vuelvo a la realidad. Me aproximo al ventanal y contemplo las nubes amenazantes, entre grisáceas y azuladas, abrumando los verdes pinos. El frío se cuela por entre las rendijas de la madera y eriza el vello de mis brazos. Me veo reflejado en el vidrio, como una ilusión. "Somos personas normales y corrientes. Somos como tú: gente que se levanta por las mañanas para estudiar, para trabajar o para buscar trabajo, gente que tiene familia y amigos. Gente que trabaja duro todos los días para vivir y dar un futuro mejor a los que nos rodean".

Un calendario, con un gracioso felino jugando con un ovillo de lana rojo, queda entonces situado a mi derecha. Es 15 de marzo.



"La lluvia aporrea la ventana en un ruido sordo, las gotitas se deslizan por el cristal hasta morir en el marco inferior".

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