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jueves, 12 de agosto de 2010

Iluminación

Ayer volví a subir a una montaña, ayer volvió a llover. Los dioses la tienen pagada conmigo, lo sé. Ascendí por un caminito frondoso, flanqueado de abundante vegetación, arañándome las piernas a cada paso. En algunos puntos, el camino se abría tenebroso, esperando el ataque de alguna alimaña, y de esas conozco muchas.

Al final del sendero, y en lo alto de la colina se levantaba una ermita. Un edificio diminuto, destartalado, con la imagen de una santa en su interior, igualmente descuidada, con un altar ajado y sucio. Desde lo alto se avistaba el pueblo. Lo contemplé con desinterés, pues mi cabeza no estaba para bonitos paisajes o panoramas bucólicos de ensueño y de película infantil de una tarde de sábado.

Me senté junto a la cruz, de la cuál irradiaba cierto poder oculto, cierto calor regocijante. El sol, como una bola de fuego, parecía atravesar el granito del monumento, dotándolo de una magia, de una espiritualidad, como si la presencia de la santa estuviera latente y pudiera leer mis pensamientos, hechos un revuelto en mi asquerosa masa gris. Observé detenidamente esa cruz y aquella aura natural que la acariciaba. No me atreví a tocarla, temiendo exorcizarme de mis reflexiones más impuras, de mi raciocinio animal y mis instintos banales.

Allí me quedé mirando la cruz, con la única idea de bajar de aquella montaña y sentirme una persona nueva. Como el patriarca Moisés, llevando las tablas de los mandamientos, con la esperanza de iluminarme en aquel rincón de paz placentera... bajé con más mierda en la cabeza, bajé pensando que ya nada tiene solución y que las decisiones tomadas en los últimos años no han sido decisivas en absoluto, bajé pensando en el porqué todo esto me tiene que atormentar, el porqué me dejo atormentarme, el porqué no quiero ver las cosas claras, tal y como son, sencillas... el porqué de la acritud de algunas personas... bajé arrastrando los pies, ligeramente mojado, desprendiendo un olor a humedad desagradable y con la idea de saborear una horchata de almendra y olvidarme así, por minutos, de lo repulsivo que es todo.

1 comentario:

  1. No hay sitio mejor que una montaña para evadirse del mundanal ruido, encontrarse a uno mismo y gozar de una armonía mágica y espiritual en la ermita. Creo que estos centros de energía como también son los monasterios deberían ser visitados más a menudo.

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