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jueves, 15 de julio de 2010

Los pinos también bailan y... mueren

Esta mañana contemplaba los pinos que se alzan arrogantes frente a la ventana de mi despacho. Sublimes, de torsos rugosos y robustos.

No son tan fuertes como aparentan, pues cuando llegó del mar aquel “cap de fibló”, el tornado, el twister que, me recuerda inevitablemente al polo que comía cuando era niño, los arrancó de cuajo, los partió como ramas secas, los cortó como la hoz siega la mies.
Con el suelo embarrado, entre el lodo de la intensa lluvia, emergía todo aquel mundo vegetal moribundo, como en un campo de batalla, rebosante de muertos y heridos gemebundos. Un fuerte olor a savia como hedor a verde sangre que, se desliza por troncos y sarmientos crujidos, débil pero constante, cargaba el ambiente como paraíso de los alérgicos.

Los pinos que quedan son los supervivientes de aquella hecatombe vegetal. Parecen sonreír a la fortuna, parecen agradecer a la providencia que todavía se hallen en pie, desafiando al tiempo y a su destino. Bailan al son de la brisa estival, vivos, añorando a sus hermanos y primos que desaparecieron para siempre aquel fatídico día. Me hablan y me dicen que siguen aferrados a la tierra, y que otros no tuvieron esa suerte, y que sus raíces quedaron al aire, como aspirando el último hálito de existencia en un postrero estertor, inmóvil, de muerte.






1 comentario:

  1. Recuerdo este dia de cielo amarillento, viento impetuoso y agua a raudales, donde por unos instantes no supe que destino habia en mi vida, parada en la autovia y perpleja e inmóvil por todo el escenario exterior, por suerte fue cuestión de excasos minutos. Requiem por los pinos.

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