Mis manos penden de un hilo, mi cintura pende de un alambre, mi vida pende del frenesí y la risa del público. Agitan mi ligero cuerpo de madera, reviviendo mis inmóviles ojos y dándole voz a mi sellada boca, ridícula a veces, majestuosa otras. Pego saltitos en el escenario, un paisaje con castillo y animales petrificados, tras el cual se abre el vacío del teatrillo, la horrible nada que el serrín que tengo por cerebro no me deja darle ni forma ni sentido. Miro hacia lo alto y observo unas monstruosas arañas carnosas que rigen mi destino. Espero los aplausos. Sólo temo a los silbidos deshonestos y al aburrimiento, sólo tengo miedo al fracaso y a la carcoma.
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